Disforia de género

De Del Sector Social
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La disforia es un sentimiento de malestar que pueden o no tener las personas transexuales y que es fruto de presiones exteriores que se alimentan por los Estereotipos de género. Las personas transexuales no nacen con disforia ni tienen por qué sentirla nunca si son acompañadas por su entorno cercano, respetando su libre desarrollo conforme a su identidad sexual.

Esta expresión, introducida por el médico John Money en 1973, se refiere al diagnóstico que describe la angustia emocional, infelicidad y ansiedad, clínicamente significativa, que las personas transgénero pueden sentir acerca de la incompatibilidad entre su Sexo biológico y su Identidad de género. Una persona puede recibir un diagnóstico formal de disforia de género con el fin de que reciba un tratamiento médico que la ayude durante la transición.

Existen dos requisitos necesarios para el diagnóstico. En primer lugar, deben haber pruebas concluyentes de que la persona se identifica, de manera sólida y persistente, con el otro sexo, por ejemplo sus manifestaciones de que pertenece al género opuesto al que le fue asignado al nacer. En segundo lugar, es necesario que existan también pruebas de malestar persistente provocadas por el sentimiento de inadecuación asociado a la incompatibilidad entre su sexo biológico y su Identidad de género. Es decir, para efectuar el diagnóstico deben existir pruebas de malestar clínicamente significativo o deterioro social, laboral o de otras áreas importantes de la actividad del individuo.

Sin embargo, para la comunidad LGBT la disforia es un término patologizante que describe a las personas trans como personas que “creen que son víctimas de un error de la naturaleza y que están cruelmente encarceladas en un cuerpo incompatible con su sentimiento interno”. Se utiliza para listar la transexualidad como un trastorno de la identidad sexual. Dentro de esta comunidad, la noción es rechazada por haber sido una forma histórica de opresión y violencia médica. La disforia no es una faceta innata del ser trans, sino que se hace presente a partir de la mirada social, ya que es la sociedad la que espera que cambie su cuerpo, su vestimenta, su comportamiento para alinearse con lo que entiende como “propio” de ese género.

Cuando se promueve la despatologización, se trata sobre todo de reivindicar que la identidad de género autopercibida es un derecho humano, y nunca una patología. Lo central es reivindicar la autonomía y la responsabilidad de las personas trans sobre sus propios cuerpos y de recuperar el lugar de enunciación para hablar de sus propias vidas. En este contexto, Argentina se encuentra en un momento paradójico en el que convive el espíritu despatologizante de la sancionada Ley de Identidad de Género (Ley 26.473) con profesionales de la salud que se forman con el DSM y otros textos que sostienen una perspectiva patologizante de las identidades trans. En este sentido, se vuelve fundamental e impostergable revisar y modificar los procesos de educación y formación.




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